lunes, 29 de junio de 2015

Agua de medusas.

El pasado domingo 21, día en el que se celebraba el Gran Premio de Fórmula 1 en tierras austriacas, me dirigí con un amigo al Parque Natural de Maro. A pasar un día de playa en una de sus espectaculares calas. Sus  aguas cristalinas y totalmente claras permitían ver el fondo sin la necesidad siquiera de unas gafas específicas. Plenamente espectacular.




Sin embargo, estábamos en el agua cuando observamos como unos pasos más allá, a nuestra derecha, una bañista extranjera soltaba un leve chillido. Había recibido la picadura de una medusa. Miramos inmediatamente a nuestro alrededor y nos fijamos en que al otro extremo de la cala la gente se encontraba dentro del agua disfrutando de un baño de sol y agua sin problema alguno. Quizás la marea - pensé - haya acercado a alguna medusa únicamente a esta parte de la playa. Puede que más allá no tengamos ningún obstáculo para disfrutar del día. Para nuestro asombro, a medida que nos acercábamos, la gente que pocos minutos antes disfrutaba del chapuzón en estas aguas próximas a Nerja, abandonaba el agua señalando con el dedo a las culpables de su estampida. Nos habían seguido. No había duda. En frente nuestra algún que otro rezagado pegaba el aullido característico como seña de identidad del picotazo. Habíamos andado casi un kilómetro para intentar darnos un baño tranquilo en esta zona y aquello estaba chafándonos la experiencia.

Nuestros cuerpos nos pedían el remojo en agua. Entonces mi amigo y yo nos miramos. Esa mirada entre los dos, ambos con el cejo fruncido a causa de la luz directa de un sofocante Sol que bronceaba en exceso nuestra piel, sirvió para acudir directos al agua. Sin dudas, ¿qué más daba? La visita de nuestras amigas (las medusas) no se hicieron esperar y era imposible deshacerse o huir de ellas. Estaban en su medio, en mayoría y tenían a su favor una corriente marina que las reforzaba frecuentemente con nuevos batallones de estos molestos escifozoos. Primero fue en el tobillo. Después mi antebrazo. Mi acompañante en ese momento miraba hacia la orilla con gesto de desesperación pero le dije que ni se le ocurriera abandonar. El dolor al fin y al cabo terminaba haciéndose llevadero. Mi amigo incluso me llegó a decir que resultaba mucho más interesante darse un baño con la incertidumbre de si llegará o no un nuevo picotazo. Que resultaba incluso excitante, lo cuál me puso en alerta. Lo normal es que mañana la marea nos dejase bucear o nadar sin ninguna dificultad. Por lo tanto, conviene ser cuidadoso con esto de acostumbrarse al dolor vaya a ser que ya no puedas ni quieras bañarte sin la compañía de las medusas causantes de ello.

Faltaban menos de 20 minutos para la salida del Gran Premio de Austria así que escapamos por un momento de la infestada playa para dirigirnos al bar del pueblo. Alonso afrontaba la salida desde el fondo de la parrilla. Rosberg, que clasificó para comenzar desde la segunda posición, le robaba la cartera a un Hamilton que partía desde la primera posición tras el semáforo. Curva 3 y la cámara "on board" de Kimi nos mostraba a un McLaren destrozado "a lomos" de su Ferrari. «Es Alonso», dije a mi amigo tras reconocer los colores del casco del asturiano. «Si, sin duda es él». Y mientras dirigíamos nuestras miradas de nuevo hacía el televisor del bar alguien comentó en voz alta: «Fijaos en Fernando, le han vuelto a picar. Es lo que tiene llevar tiempo nadando en aguas repletas de venenosas medusas».

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