martes, 21 de julio de 2015

Buen viaje, Jules.

Quedaban tan sólo nueve giros para dar por finalizada la que sería una trágica carrera más en el circuito japonés de Suzuka. Curva número siete. El monoplaza de Sutil en la grava junto a las vallas protectoras. Una grúa que resultó pararse justo ahí, en ese preciso lugar y no en otro para quitar de en medio el Sauber del alemán. Y de repente Jules.



El golpe resultó mortal. La gente no podía comprender que el piloto francés siguiera viviendo. Pero desde ese momento dejó de hacerlo. Al menos aquí, en lo terrenal. Tambaleándose, abotargado por el sueño y el frío repentino Jules salió de su monoplaza sin que nadie de los allí presentes se percatase de ello. Durante un breve instante deambuló por los alrededores de esa curva. Buscaba desesperado una botella con agua fría para echarse por la cabeza. Le dolía como si se acabara de levantar después de una noche bañada en alcohol barato. El estómago lo sentía raro. Los ojos se le cerraban, incapaces de absorber toda la luz necesaria para volver a su MR03 siniestrado que yace bajo el chasis de la grúa y de esa manera volver a despertarse. Esta vez de verdad. Levantarse la visera del casco y dirigirse a la gente con el dedo pulgar hacía arriba. Sin embargo Jules notó la presencia de una fuente rodeada de frondosos árboles. Recordó su deseo de mojarse la cabeza. Una enorme montaña cubierta de verdes prados indicaba el camino hacía su destino. Ya no era necesario pensar en el monoplaza. Resultaba inútil volver a él. Además gran cantidad de operarios del circuito y personal médico trataban de socorrer como fuera a aquel piloto o lo que fuese ahora mismo aquel cuerpo sin vida que Bianchi había abandonado. Junto a la fuente, Jules se detiene y observa un acristalado palacio. Con sus últimas fuerzas accede por el sendero marcado y como si de un experto aventurero se tratase alcanza rápidamente su destino. Se quita la ropa y mete la cabeza bajo el agua. Llegó así la calma y allí pudo alojarse durante nueve meses hasta el pasado sábado cuando alguien  tapó aquellos cristales del palacio el cuál se había convertido en su última morada. Se hizo de noche. Otra vez como en aquella fatídica tarde en Suzuka la oscuridad cubrió por completo la vida del joven piloto. Esta vez ya no será posible encontrar un sendero que te lleve a otro lugar donde quedarse. La carrera ha terminado. Bien luchado Jules. Bon voyage!

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