Hoy me he levantado con ganas de provocarme un gustazo por este Lunes soleado. He de decir que lo he conseguido. He cogido la bicicleta y he pedaleado disfrutando del campo ahora verde que en poco más de dos meses será amarillo.
Volviendo por la cañada he topado con él.
Se encontraba echando una cabezada bajo la escasa sombra que le ofrecía un
recién florecido almendro. El trozo de cebada mascado asomando por una de las
comisuras de su boca. Junto a él y sin perder detalle de lo que sucedía, su
inseparable perro. Unos metros más adelante una veintena de ejemplares ovinos a
su cargo pastaban al Sol. Por un momento mi desordenada mente se ha trasladado
junto a él y he tomado asiento en un pequeño trozo de tierra todavía sombreado.
Es distinto a todo lo demás. Sentarte allí junto a ese hombre de piel curtida
por el Sol pero feliz. Inmensamente feliz. Nada tiene que ver con lo que nos
han obligado a aprender. Y me pregunto por qué los niños ya no sueñan con ser
pastores. Quizás desde hace demasiado tiempo no nos hemos parado a pensar y
hemos dejado de soñar con ello. Y a unos cuántos miles kilómetros de distancia
Fernando Alonso. Puede que ahora se encuentre en Dubai o en Asturias. Puede que
leyendo algún libro de filosofía samurái que le ayude a entender el por qué de
algunas cosas que le rodean y de paso poder así escribir algún tweet en las
redes que mantenga la esperanza a sus más de 2 millones de seguidores de que volverá pronto. Se levantó, tras el accidente, hablando italiano y diciendo que
corría en karts. Al menos eso dicen. O eso inventan. ¿Quién de nosotros lo
sabe? Pero… ¿y si hubiera despertado de la conmoción hablando un elaborado
japonés y sin posibilidad alguna de recordar a lo que se dedica? Imaginar por un momento.
«El piloto samurái despierta hablando japonés». «Rompe su contrato con la
escudería McLaren. Ya no podrá correr ». Los niños ya no querrían ser pilotos de Fórmula 1 que pasan
más de 200 días al año entre aeropuertos y lujosas pero siempre frías habitaciones
de hotel. Y que entre uno y otro viaje se juegan la vida en circuitos de todo el planeta a cambio de más lujo y espectáculo. Volverían a soñar con algo distinto. Querrían ser samuráis y
adornarse sus espaldas con tatuajes similares a los del piloto de karts que no
recordaba sus dos títulos mundiales, ni que corrió para Ferrari, ni que posee
lujosas casas en distintos puntos del planeta. Querrían soñar con lo esencial
de la vida. Porque será eso lo que nunca olvidaremos de nuestra mente. Esos
niños verán que el resto se desintegra al más mínimo contratiempo, sin a penas
darnos cuenta y preferirían sentarse a aprender junto al pastor y sus ovejas. Por
eso los niños podrían resetear sus sueños y en la escuela enseñarles un nuevo
modo de ver lo que nos rodea. Hacerles pensar y quitarles de sus cabezas
conceptos venenosos como competitividad, ingresos o ganancias. Dejar de
enfatizarles ese “más” para que se conformaran con menos. Porque con menos
también se vive. Pero he de seguir pedaleando. Entre idas y venidas eternas aquí nada ha
cambiado. Los niños siguen sin saber siquiera las labores de un pastor. Ni
su forma de vida. Siguen soñando con ser pilotos de Fórmula 1 rodeados de
belleza artificial en todo lo que les envuelve. Y quieren ganar mucho dinero, como
ellos. Y Alonso lo recordará todo, quiera o no. Y en Australia se encenderán
los semáforos y los motores por primera vez esta temporada en el trazado de Albert Park.
Faltará él en la parrilla. Lo hará por causas todavía “desconocidas”. Quizás sacudido por
una descarga eléctrica, ¿quién sabe?. Quizás provocada por el trabajo mal hecho de algunos que quizás y solo quizás, en
su momento, jamás soñaron con ser pastores.
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